miércoles, 31 de octubre de 2012

El pesu la lluz

Orbaya. Toi en medio
la vida. Miro p'atrás. Pésame hasta
la lluz.
Máncame l'aire.
Si confesara agora parte les mios verdaes
pareceríenvos mentira.


(C) Aurelio González Ovies
Poemes n'asturiano
Esta luz tan breve
Voz. María García Esperón
2012

viernes, 19 de octubre de 2012

Noches de los setenta

Rememoración de nocturnidades invernales bajo el calor de la casa


Domingo de los setenta. Huele a invierno y a garbanzos. Hoy me levanto más tarde. Ya nos bañamos ayer, por si hoy se iba el agua. Con la pereza que da quitarse toda la ropa, colocarse en el barreño, enjabonarse, aclararse? Hace frío. Desayunamos torrijas y chocolate con leche. Nos lo trajeron al cuarto, pero con mucho cuidado, para no manchar las sábanas. Hay Catecismo a las once. Ojalá llueva y no pare. Ojalá no abran las llaves de la puerta de la iglesia. No me sé los sacramentos ni estudié el significado de la palabra esperanza. Estreno ropa de abrigo. Bueno, un pantalón que heredé y un jersey que hizo mi madre con lana de la que pica. Y una trenca de mi primo, forrada como con felpa, que me queda un poco larga.

Me desperté muchas veces. Ayer noche, marchó la luz muy temprano, por los truenos; y encendimos unas velas y lloré sin que me oyeran. Me parecía un diluvio universal como el otro, creí que el mundo acababa. Tuve miedo como siempre. Recé y recé sin parar padrenuestros, credos, salves. Y me tapé con la almohada. Ladraron mucho los perros, cayó un poste de la luz, la higuera quedó sin hojas y el viento se llevo tejas y las chapas de la cuadra. Menos mal que ya pasó. Aún no abrimos ni las puertas, para que aguante el calor. Cuando llueve, forran todas las rendijas con periódicos y mantas. Menos mal que ya paró. Con estos sustos me salen boqueras y sabañones. Siento cómo caen los techos. Seguro que hay muchos charcos y de camino a la misa haremos una guerra de paraguas.

Huele a casa y a cocido. Como a vida de verdad. Y claro, como es domingo, mi padre pone la funda y repara las cabinas y el motor de los camiones, llena el suelo de cotones de limpiarse tanta grasa. Latas por todos los lados, manchas de aceite, tornillos, tuercas, cables y bujías, llaves inglesas. ¡Uf!. Es lo que menos me gusta: tener que andar recogiendo lo que quita y va tirando, lo que no sirve de nada. Casi prefiero los lunes, aunque haya que ir a la escuela. O los martes, aunque me toque descañar los eucaliptos. O el jueves, por más que tenga que memorizar la tabla.

Dormí muy poco esta noche. Me da vergüenza decirlo, pero cuando está muy frío y la cocina se apaga, salen de las carboneras gorgojos y cucarachas.

(La Nueva España, 18-10.2012)

jueves, 11 de octubre de 2012

Luz de otoño

Ricas imágenes constituyen indicios de una estación "muertamente" viva.


Esta luz mortecina que tanta vida imprime sobre el ocaso de las cosas. Estos campos que veo, desolados y solos, al margen de los ríos de noviembre. Estas nubes tranquilas, más quietas y más mansas, al fondo del crepúsculo. Este seco silencio de las hojas caídas de los árboles. Esas casas que humean donde empieza y termina la distancia. Esos bosques cansados, esos pastos heridos de ocre puro y vacío son el otoño. Si recuerdo el otoño y sus curvas heladas, retorno a las inmediaciones del frío. 

Esta higuera que está desparramada y vieja sobre el pozo. Estos laureles fieles que rodean la casa abandonada. Estos cubos con matas de perejil y lirios. Esta hilera de calas y crisantemos. Estos caminos que nadie transita y van posiblemente a ningún sitio. Estos castaños huecos que quitaban el hambre. Estas horas tan lentas, encaladas y mudas, como de cementerio. Esta silueta humana que cruza los umbrales de la tarde. Esos hombres que esparcen letanías de abono por los prados. Estas baldías llanuras donde se amontonaban edades de narvaso. Estas fincas estériles sin futuro ninguno? Son el otoño. 

Estos huertos caducos con berzas espigadas. Esas coladas donde airean las sábanas del tiempo. Esa agave que crece y enraíza y subsiste tirado en la cuneta. Esta tela de araña con restos de una avispa y granos de rocío. Este vaho de los vidrios en que un niño dibuja las primeras vocales. Estos puestos que venden cartuchos de castañas y olor antiguo. Estos bebés que viajan con gorro y sin pasado. Estas calles tan llenas de rostros contrariados. Esos robles desnudos como inmensos espíritus en pena. Estos parques sin jóvenes y sin amor a ocultas. Este eco lejano con el eco lejano de otros días. Esta decrepitud y este claror que bulle sangre adentro? Son el otoño. 

Estas gaviotas frágiles que puntean la arena. Esta desierta playa sin rastro de nosotros. Estas algas que pudren como olvidos de mar. Estas olas quebradas que cumplen su rutina. Estas rocas que nunca han cambiado de suelo. Esta bruma que resta existencia al paisaje. Esta lancha que viene, ajena y tarda, como desde la muerte. Estos acantilados por los que aún descienden ágiles pescadores. Esta poza apartada con papeles y restos del verano. Este fragor que llega con chispas de salitre. Este faro orientado hacia la despedida. Este sordo aislamiento de todo lo que observo? Son el otoño. 

Esta atmósfera triste que me filtra en la carne. Estos cuervos que graznan entre los eucaliptos. Esta naturaleza detenida y dorada. Esta luna tan llena dominando la noche. Estas estrellas inaccesibles estrellas como nombres remotos. Este vano que siento entre el alma y la voz. Este dolor que llevo desde siempre hasta octubre. Esos perros que ladran y atisbo que estoy vivo. Esta realidad que no es más que un continuo destello a tanta sombra. Estas bayas que arrugan como años que no sirven. Estas moras que invernan en las zarzas. Estos nidos de pega al descubierto. Esta lluvia que cae como melancolía? Son el otoño. 

Este rumor que escucho como si los difuntos, incómodos, cambiaran su postura. Este instante tan hondo de aire cálido y nada. Estos cables plagados de estorninos. Estas campanas con su anacronía. Esta paz que respiro aunque quiebre enseguida. Este humo que despide la vejez de la tierra. Estas aves que huyen sabiendo que hay regreso. Esta brisa que roza levemente un helecho. Este arroyo que baja con dos hilos de agua. Estos claros del cielo por los que se adivina la breve eternidad? Son el otoño, indicios del otoño, de esta estación tan «muertamente» viva. 
(La Nueva España, 19-11.2008)

jueves, 4 de octubre de 2012

Aun sin vida


Foto: SAN ANTOLÍN de Bedón (Llanes, Asturias). Jesús Soto Velloso

En algunos pueblos que quedan duele el tiempo, silba la soledad, huele a melancolía. Mancan las ausencias y el olvido mucho más que entre las multitudes y las prisas de las ciudades. Los pueblos son espectros de una existencia arcaica, donde nada cambia, nada permanece, nada prorrumpe, nada palpita.

Las garras del tiempo brotan en los muros caídos, en las contraventanas que ya no se abren, en los altos caserones arruinados y en las sebes que tupen los caminos y en los esqueletos de las ermitas. En el silencio de las tardes y en los hierros que pudren en las escombreras. Todo es futuro pasado en los pueblos que persisten, aun sin vida. Se percibe en las paredes agrietadas, en las rosas confusas, en las veletas atragantadas y en las eras desiertas y en los pomares y en las paneras resentidas.

Las únicas imágenes de vida, en muchas ocasiones, son avisos de muerte, indicios de derrumbe, huellas de despedida: las chinchetas, la esquela en los postes de la luz, la ropa de un difunto que quema en una hoguera, el somier que se pudre en la antojana, el tendal derribado con unas cuantas pinzas, el gallinero solo, abandonado, un remolque entre zarzas, un bidón, una fuente, un armario, un establo, un canalón vencido, un pozo seco, unos gatos hambrientos, unas chapas partidas de uralita.

Nada de lo que fue. Si los muertos volvieran, echarían de menos a los niños, temprano, el canto de los gallos, el fruto de los árboles, el rumor de las cuadras, la voz del panadero, la mañana encendida. Preguntarían qué ha sido de la tienda, del chigre, de las horas de charla, de la fe, del local del barbero, del molino y de la harina. Preguntarían por qué nadie camina a ningún sitio, por qué nadie recoge la cosecha, por qué no hay animales en las cuadras, por qué nadie se da los buenos días, por qué todo se compra y nada se elabora, por qué no sabe nada a verdad de verdad, por qué nada perdura y todo se tira.

En los pueblos el tiempo es más sincero y más triste, sí, eso es cierto. Pero punzan profundo sus espinas. Uno se echa de menos a sí mismo, añora en cualquier parte su esencia y su linaje. Uno cruza los días y se asume perdido. Uno sale a la noche y todo, menos la luz de las estrellas, agoniza.

(La Nueva España, 3-10-2012)

martes, 2 de octubre de 2012

Más allá, en cualquier parte


Me lo imagino muchas veces: atravesaré el candor inmenso del último crepúsculo, sentiré cómo todo lo que ha estado conmigo fugazmente queda a cada paso más lejano, observaré la brisa entre los árboles, miraré el humo azul de alguna chimenea, el curso de los ríos, la espalda de los campos, la longitud del mar, la forma de la tierra. Cruzaré la apariencia de las nubes. Diré adiós y en silencio ascenderé ansioso la distancia. ¡Qué hermoso lo perdido; qué exiguo, desde arriba, lo dejado! Tan pronto como llegue, comenzaré a buscaros. Tan pronto como alcance la llanura infinita, indagaré qué dirección seguir, por qué rumbo adentrarme, por dónde comenzar a no ser tiempo. Desde todas las lomas, otearé la mansedumbre eterna y avistaré en seguida la senda que me lleve hasta vuestra heredad definitiva. Divisaré los signos con que nos prometimos poder reconocernos: una estrella encendida, la sombra de una higuera, hortensias en los lindes de espigas y lavandas y, en torno a los caminos, saúcos y mimbreras donde aniden los pájaros. Y un petirrojo en tu hombro, mientras lanzas semillas de luz en los espacios.


Pronunciaré los nombres y agitaré los brazos y vendréis hacia mí, como un soplo de aire, seguidos por los perros, nuestros perros, contentos y ladrando. ¡Cuánto tiempo y qué poco! Pareceréis los mismos. ¡Qué alma limpia y joven, qué gestos más humanos! ¡Cuánto temí el momento de no hallaros jamás! ¡Y qué calor más mío el de éste vuestro tacto! ¡Qué piel más conocida la de vuestros espíritus! ¡Cuánto quise soñar las palabras que oigo; cuánto soñé escuchar esta voz y estos labios!


Me enseñaréis accesos y laderas, fisuras desde donde recordar y atisbar el universo. Me diréis cómo pasan allí las estaciones, cómo es vivir de muerto, sin días ni mañanas, sin horas y sin años. Recorreremos juntos, sin prisa y para siempre, la frágil superficie de la nada, sus frondas y sus riscos, sus fincas y sus páramos. Podremos terminar lo que no tuvo fin, revelar lo que nunca creímos oportuno, confesar lo que nunca hubiéramos pensado.


Toda la eternidad para nosotros, sin barreras ni pozos ni alambradas ni obstáculos. Me guiaréis por rampas y por desfiladeros y me descubriréis los frutos comestibles, las hierbas saludables, los manantiales puros de los itinerarios. Toda la eternidad perpetuamente nuestra. La eternidad entera, con los perros alerta y una estrella ardiendo por si alguien más viniera preguntando.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 14 d octubre de 2009