sábado, 27 de marzo de 2010

Perdido en la luz, errante en la belleza


Qué importa, si además,
yo habito en la locura
del poema
y en sus noches me ausento
para soñar escrito.
Qué, si doy la vida
a cambio de unas horas de sed
en la hermosura
y me enamoro hasta la sangre
de una palabra que tiene
una guitarra.
Qué, si me doy por entero
al envenenamiento de la profanación
y robo de los templos
del silencio
las velas encendidas de algún nombre.

No hago más daño que la luz
ni soy más cobarde que una guerra.

Entonces la inocencia


Entonces yo metía la soledad en botes
y bajaba rodando por los prados en cuesta
y disecaba insectos en cajas de cerillas
y entendía la muerte como el final de un cuento
y esperaba la lluvia con las botas de goma
y me hacía feliz estrenar las libretas.
Entonces me escapaba muchas tardes de casa
y me subía a los pinos y vendía las piñas
y nunca había visto de verdad girasoles
y me parecía lejos lo que estaba muy cerca.
Entonces me sabía entero el Catecismo
pero no me gustaba tener que entrar a misa
y estrenaba por Pascua sandalias y bombachos
y estrenaba en Difuntos pantalones de felpa.
Entonces ya admiraba qué libres son los pájaros
y no quería ir siempre por los mismos caminos.
Entonces no me daban respingo las noticias
ni asco los gusanos ni miedo las culebras
ni angustia ningún peso.


Blanco


Nube. Nieve. Azucena.
Hablo en blanco y parezco el silencio.
Sin mí se quedarían huérfanos la leche
y el arroz,
poco favorecido el oso panda.
Blancanieves sin nombre,
las peladillas desnudas,
más tristes muchos cuadros
los pingüinos monótonos
y la luz no podría ser tan clara.


El infinito es frágil como el amanecer


  El infinito es frágil como el amanecer y alguna tarde sube a la lenta canción de las campanas. El infinito es, pero no está. Pudiera, acaso, ser puro recuerdo. O un amante imposible de la tierra. O conjetura o perspectiva o droga dulce o palidez o compás o plumier con pinturas de cera o tajalápiz o pozo de agua o luz.

   Pero es nada y es todo supersticiosamente. Funambulista, humo, caparazón, simiente, visillo, sobredosis, meteoro, molino. El infinito siente temor algunas noches. Y quisiera que un beso le cayera en la frente o que una madrecita le dijera al oído: duerme, no temas, sueña.

   Y entonces el infinito sueña que es algo pasajero, fugaz como una prenda humana. Que es algo semivivo, como un cuerpo. Que es algo susceptible, como un hilo. Sueña que es algo muy sencillo, como un día, o una historia, un lugar, una palabra, un vuelo, una tristeza. Y al soñar algo de todo un poco, comprende que de nuevo es ya lo que no quiere.

   No quiere ser infinito.

   Y quisiera morir en las enciclopedias o en las barbas azules de los filósofos. Y quisiera morir en su casa natal. Y quisiera morir pretendiendo un deseo. Y quisiera morir conociendo una rosa. Y quisiera morir. Morirse de infinito. (La Nueva España, 1-10-08).



El infinito es también un pecado


  El infinito es también un pecado y un castigo y virtud de pureza. Y no duerme entre frutas como los dioses. El infinito está sobre todas las cosas. Y en las pinturas púrpura de Pompeya y en los gatos que comen el invierno y en la lentitud inasequible de las funerarias. El infinito es menos que nosotros y no posee cuerpo ni alma ni tristeza ni anillos ni mirada. El infinito vuela en escobas de palo. Y existe desde el origen como los cuentos.

   El infinito tiene mitad por todas partes y vive de colores y formas infinitas. El infinito es hombre y mujer y caballo y festón y componente rítmico de los jilgueros. Pero por todas partes el infinito es sombra.Y no puede expresar sus sentimientos ni estar bajo esas noches que merecen la vida. Ni mirarse en la paz del agua de la mar del cantábrico en calma. Ni pasar por los puentes dorados del verano. Ni subirse a los trenes. Ni plantar un otoño.

   Ni sufrir tan siquiera.
El infinito es menos que algún pájaro azul. Y habita en las espinas de los barcos que han muerto y en las casas cerradas para siempre. El infinito huele como los libros viejos. Y alumbra todavía con carburo. Y quisiera tocar las cuentas de un rosario.

El infinito nace donde se esparcen las cenizas


  El infinito nace donde se esparcen las cenizas. Y en su silencio se desenvuelven víboras. Nuestras dudas son limitación del infinito. Nuestra lengua no tiene tantos adverbios como su hábitat. Hacen falta insectos para alcanzar el infinito y tambores y cúpulas y centros y fenómenos y fugas y circunstancias. El infinito es tan impersonal como la cuarta persona y comporta un sujeto de vacío centauro. Hace falta salud para entender el infinito. Y que la sintaxis asuma su nostalgia.

   El infinito ruega por nosotros y se parece un poco a la noche del cuarenta y tantos de noviembre y al lejano ladrido de los perros y a la sensualidad de los veleros. El infinito es un número subjuntivo, es algo más que el dos pero no llega al tres y sobrepasa. Es número ilegítimo, fruto de la inconsciencia y los dibujos gigantes y mágicos y hermafroditas de los niños.

   El infinito a veces siente pena y llora como los monarcas en su grandeza. Y sueña con ser algo. Sueña con ser materia o forma o hebra o tren o lazarillo o fiesta o rey de espadas. O gondolero o caserón o lápiz o libro viejo o línea o filarmónica o papel de regalo. O estado infinitivo como los presos. El infinito desconoce las llaves y no recibe cartas. Y quisiera ser litro o sedimento o configuración o esfera o zapato de príncipe con cordones de oro. O una historia de amor que se acabara.



Marina


Cuando no sé quién soy, qué llevo
dentro, quién media entre mi voz y mi palabra.
Cuando la vida baja hasta mi pecho
y duele y duele y duele. Me acerco hasta
la mar y me comprendo un poco:
nunca siempre igual,
pero siempre nunca diferente.


Amarillo


La luz de nuestras casas es de noche
amarilla,
las estrellas nos guiñan su pena en amarillo,
la infancia es amarilla cuando usa
flotadores,
y amarilla es la cofia de algunos tulipanes,
un campo de mostaza, las esponjas,
la cintura del plátano, la espiga,
la fama del aceite y los abrigos.
Todo puede ser nada, todo o amarillo.


Música callada


Sobre las rosas
blancas
de nuestra soledad
sangra
la identidad
de la palabra.

Dolorosos
los pétalos
del llanto
que hizo un verso.

Alguien le lleve siempre
rosas rojas a la vida.


Miles gloriosus



Plaudite! Las cortinas se cierran
y ellos aplauden.
El Miles gloriosus ha terminado.
Y se levantan de sus sitios
y se van a su casa
comentando la escena en que el esclavo
hace a las cortesanas
proposiciones.
Cae la noche y se van
a sus casas.
Nosotros nos quedamos,
nos quitamos los trajes.
descolgamos los cuatro
motivos de la escena
y comentamos incidentes.
Hemos representado los papeles
lo mejor que pudimos
-les digo- y satisfechos,
mis alumnos se abrazan
y sonríen.
Tú has estado genial comiéndote
las flores
y tú, como una estatua.
Pero no captan la soledad que tengo
sobre mi propia máscara
ni aprecian que ellos son lo mismo
que yo he visto
año tras año:
máscaras.
Algunos no entienden la tristeza
todavía
y en su brillante juventud
piensan que todo es duradero,
que todo es verdad, al fin y al cabo:
esta unión, este instante
de amistad pasajera y nerviosismo.
Yo lo he visto año tras año,
me entristece
pero vale la pena que sea irrepetible.
Ha sido una hora y media
más intensa
que hora y media de vida.



(Gijón. Estreno en diciembre. 1995. Para Rebeca Minguito, que hoy me escribió unas palabras cariñosas, pasados quince años. Aurelio González Ovies. 12 de marzo de 2010).


No es el amor


Quise que me dijera su voz más pura,
la latitud del agua de sus ojos,
la antigüedad de los santuarios en que, muy a menudo,
desnudaba su fe celosamente.
Que leyera el mensaje anillado a las alas
despóticas del viento,
que me esperara un día que no fuera bisiesto.
Y que en sus labios rojos llevara la tristeza
de un verso inacabado para reconocerla.


Conxuru


Trébol de cuatro fueyes:
fai qu'alcance esta nueche
les mios estrelles.

Camisa de culiebra:
dai voz a esta palabra
que nun me medra.

Cuquiellín de mayo:
dexa que salga´l sol
de la mio mano.

Cuervu de mal agüeru:
ofrezme enantes qu'agua
sede y deséu.

Agua bendito:
nun me descifres nunca
qué ye tar vivu.


Sobre unas rocas


La he visto. Estaba en Ítaca.
Yo me iba de Corfú, destino
a Melos. Ella lanzaba conchas
a las olas, sentada en una roca.
No es fácil esperar. La mirada
se acaba. Pierde su brillo.
Pero allí sigue. Amarrando el azul
del Jónico al Egeo. Todo
dura en la vida y es eterno,
mientras somos capaces de admitirlo.


El veneno agridulce de la vida


Ganar, abrir, cerrar,
perder. Hoy el encuentro
feliz. Mañana la despedida.
Todo es lo mismo
y contrario. Como la luna
y el día. Todo de luz y de
sombra. Como una noche
muy llena y una casa
tan vacía.
Tomo un sorbo. Reconozco la fe.
Amargamente sonrío:
dulce veneno, la vida.



Naranja


Naranja son los últimos deseos del
otoño,
naranja las caretas de noviembre y los
árboles,
naranja son los pétalos de alguna
margarita
y naranja el uniforme de muchos
gusanos.
No imagino una ardilla sin naranja,
¿y ustedes? piensen sin el naranja
en una mandarina, en una sopa de ajo,
en un planeta.


Rojo


Buscaba el rojo que se difuminara
con el rojo que tiñe tu belleza,
con el rojo que almuerzan los tomates,
con rojo sarampión, rojo frambuesa.
Y ya ves, a uno nunca sucede nada
seguro,
yo buscaba y buscaba
y tú... rojo, mi rojo
sobre la roja carne de una simple cereza


Negro


Negro.
Pero puedo ser dulce como las moras
muy maduras.
Puedo ser tierno como un arándano;
no siempre coloreo las malas
circunstancias,
ni los monstruos, ni el miedo.
Nadie es nunca lo mismo para siempre.


Desiderata



Llama a mi corazón
pero descálzate,
unge tus pies.
Vacíalos
Si has de salir prefiero
que no queden las huellas


Viaje a Fisterra


Para Aurora. Para Aurorita y Manolo y Alfonso, compañeros de ruta.

Non é o mesmo. Antes éramos
moitos.
Los ojos se le llenan de agua
mientras mira retratos
y cuenta y acaricia respaldos de las sillas.
Denantes éramos moitos cuando
o día de festa.
Viajamos entre pinos camino
de Fisterra. Paramos en su casa.
Nos enseña el jardín, el hórreo,
la piel de una mañana en Paradela.
Nos comenta que ahora ya no tiene ilusión
ni por el huerto.
Nos explica el porqué del distinto color
de las hortensias:
que si plantas dos juntas se enamoran.
que una se queda blanca
y otra azulea.
Gústanme os recordos. Pero teño xa tantos
que me pesan. A casa é moi grande,
aunque estou a gusto. Eu son
feliz eiquí,
coas cousas de sempre e coas miñas penas.
Paradela está quieta,
solitaria,
con el gesto sereno que tiene Aurora
mientras coge del árbol unas ciruelas.
Paradela: prados, cuadras,
tejados de lousas lánguidas,
o cruceiro dormido frente
a la iglesia,
el viejo cementerio, silencioso,
como todos los cementerios de la tierra,
como todas las horas de la vida
y del tiempo
de los muertos,
como toda la luz de Paradela.

Vamos hacia Fisterra. Ella se queda allí
con su bata de alivio, con su apego
al granito y una hermana que tiene costurera.
Es agosto,
verano como de un mediodía muy antiguo,
como de sol de piedra.


Azul


Llévame hasta la mar, madre, llévame hasta la mar;
dicen que es muy azul
tan azul como tus gestos cuando me miras,
como el tic-tac de los relojes,
como tus sueños cuando me duermes,
como un príncipe encantado, como la magia.


Vivir para morir oscuramente en todo


¿Sería este mismo
yo
si un día no tuviera que decir
adiós
a tantas cosas.
Sería lo mismo el cielo,
la forma, la manzana.
Sentiría tan honda
la brevedad,
el aire en que se pierde,
la rama en que se posa.
A quién le debo entonces
lo que soy,
de quién la densidad
con la que siento.
Acaso consistencia de la vida,
volumen de la muerte
y su presencia?


Beatitud


La luz. La tarde. El hombre.
El rebaño y el perro que regresan.
Las chimeneas que asoman sobre
octubre.
El pueblo y su silencio azul de cal y hortensias.
Vale la pena ser mortal y carne.

Tanta beatitud, un mirlo canta,
merece nuestra ausencia.



De cuando preguntaste


Las hojas tienen que caer. Es ley de vida; así dicen
los hombre a estas cosas
que no quieren mirar aunque sucedan.
Noviembre llega siempre por noviembre.
Tú lo verás. Ahora duele menos,
parece más belleza.
Después, mientras la dejen, seguirá reventando la primavera.


Panorámica


Asómate a las sílabas
más altas de la palabra hombre,
lo más al norte de la geografía carne,
lo más al borde de su abismal esencia.
Escucharás el trino de un pájaro muy viejo,
la perpetua agonía de una mujer parida,
los secos arañazos de los muertos,
el vacío y su brisa. El silencio. Sus cañas.

Muy hondo, el río. Y un rumor
como de avispas y de despedida.


Yo no sabía que aquí mirabais el mundo con los ojos cerrados



Yo no sabía que aquí mirabais el mundo
con los ojos cerrados,
que amabais las cosas con tanto desenfreno,
no sabía nada de vosotros ni de este continente
al que llegamos siguiendo el curso del olvido.

Vengo del Norte,
de los acantilados de un destierro,
de los muelles que esperan la ternura,
de las mareas del último suspiro.
Ella quiere pediros una estrella fugaz para amarrarse
el pelo;
está cansada y ha venido mirando atrás
como los que no vuelven.
Mañana se verá en las aguas y quedará preñada
de las profundidades; mañana, siempre mañana
como hacen las promesas.

Vengo del Norte,
de la edad retorcida de las viñas,
de los poblados rústicos del vértigo,
del alarido febril del urogallo.
Desde ahora poseeréis el delirio de arcilla
que retumba en el vientre de la cerámica,
poseeréis la fuga de las olas, el verbo de la espuma.
Desde ahora beberéis el jugo del pomelo
y plegaréis la simetría del alma en los moluscos
y llevaréis sombreros como los que vendimian
las llanuras del alma.

Yo no sabía que aquí entendíais la prisa de los ríos
y cruzabais la historia en balsas de corteza.
No sabía nada ni de vuestros frutales afrodisíacos
ni de vuestras mujeres migratorias.

Vengo del Norte,
de donde lloran las abuelas cuando suenan las gaitas,
de las escapatorias de los topos,
de las minas saladas de las lágrimas,
de la beatitud que fermenta en los hórreos.
Soy prisionero del salitre. ¿Por qué no preguntáis
cuántos naufragios tengo?
Puedo responderos con una nube.

Ella viene conmigo y en los días bisiestos
la amaré con dos bocas.
Ella es la amada que vieron los pescadores en las afueras
de la niebla.
Ella es la heredera de los faros,
la última gitana de la estirpe del llanto.


Ritual


Canto por el que nace
y por el que se aleja,
el que acaricia la corriente
la piel
la espiga
el tronco
la corteza
el cristal
la lápida
el retrato
con sus manos humanas;
el que besa la lluvia,
el que abraza la tierra,
el que se asoma al vértigo y,
como un corzo muy joven,
entusiasmado queda
con el rumor del río,
con la nada brillante
que promete
la altura,
con la superficial profundidad
del valle,
con la proximidad intangible del eco,
el límpido rocío,
el verde de la hierba.



Hermosa edad la vuestra


Hermosa edad la vuestra
-repetía-,
aprovechadla...
Del diente de león cogía
unos vilanos

y soplaba.



Ofrecimiento


A quien pule el granizo
y al que lo esparce,
ignorando si aún cae
sobre la tierra.
A quien lava la nieve
y a quien la parte
con blanca exactitud muy copo a copo.

A quien recuerda sólo
los mejores momentos
y vierte el infortunio en el olvido.
A quien conoce el nombre de las plantas
y los supersticiosos remedios
de sus pétalos.
A quien nunca acató las órdenes
supremas del que mata muy dulce
al propio semejante.
A quien nunca ha pisado tierra firme
porque nunca ha salido de palacio.
A quien se pincha y sangra.
A quien cree que la cera de una vela es eterna,
que la fogosidad,
la pasión verdadera,
se funda en una noche y dura
para siempre, sin apreciar que el siempre
es el siempre de siempre que siempre
y siempre y nunca ha estado.
Para aquel que almidona las alas
de los ángeles
antes de la alborada
y sus tardas cuadrigas.
El que entra en el amor y queda
definitivamente.
El que amó aquella noche por vez primera
y última.
El que hace del placer su mandamiento.


Desiderium


Todos quisiéramos dejar aquí un poema
como la vida,
un verso en pleamar como una playa,
un verso infinito como una claridad,
un verso mortal como un disparo,
un verso donde esté escrita la pena trashumante
con todas sus guitarras,
un verso en que se posen los acontecimientos.

Todos quisiéramos marchar libro adelante
a través de una historia que se aleja
o el jardín de algún nombre muy antiguo
o morir para siempre en una página.
Porque todo nos nombra,
todo nos dice, todo nos afirma,
todo nos inunda.

Todo es mentira y es verdad y es ilusión y frío y nombramiento
y libertad y cárcel.

Todo es palabra.



Primera Luz



Canta el mirlo.
Rememoro la paz de un tiempo muy antiguo.
Se desborda la luz. Acaba marzo
y abre la vida de par en par
todos sus pétalos.


Así sea


Siga la sombra así:
fresca y oscura.
El viento suelto, la sal
en su silencio. La voz sonora.
El hombre erguido.

Sea la sed saciada por el agua,
la soledad casual y transitoria,
la noche de los astros,
el pan ganancia,
la niebla autónoma.

Por los siglos de los siglos,
siga el tacto en la piel,
el corazón oculto y quebradizo,
algún gallo en la aurora
la llama sobre el leño.

La oliva. El cuero. El trigo.


Al fuego no le digas


Al fuego no le digas jamás lo que deseas.
Es un dios muy antiguo
enamorado
de su propia condena:
todo lo que no alcanza le apasiona
y apasionadamente con lo alcanzado
quema.



Repetición de un día


Esta mañana -julio, sol, silencio-,
amargamente hermosa, la he vivido
hace tiempo. No sé dónde
ni cuándo.

Los gatos a la sombra del castaño,
espejismos de fuego en los caminos,
la vida inabarcable y el eco intermitente
de un tractor a lo lejos.

No sé dónde ni cuándo. O todo
era más hondo o yo no soy
el mismo.


En tus dominios las horas surgen de la nata


En tus dominios las horas surgen de la nata,
de los campanarios del deshielo, del alma de la leche.
Esta es la estación de las promesas,
el mes por donde cruzan los afluentes del tiempo
y donde cogen agua las almas sin oficio.
No tengas miedo; la eternidad es húmeda
como los besos tiernos de una boca inundada.

Deja aquí nuestras cosas,
esta es la temporada de frutos deliciosos,
de américas y tangos maduros de coraje.
Deberías ponerte este pañuelo para pisar la vida
que palpita en las uvas
y viajar a la siega de nombres imposibles.
Canta como si hubieras estado muchas veces enamorada
del verano,
como si hubieras ido muchas tardes a las tradicionales
danzas de las espigas,
como si hubieras nacido para morir en una vieja mina
de amapolas.

Estas tierras han sido reservadas para el más allá
de los desesperados.
Por aquí han pasado muchos otros a preguntar a dios
cuántos pasos nos quedan al destino.
No tengas miedo; come unas bayas de esa esperanza roja
de la sangre del mundo;
prométeme, prométeme. Esta es la estación de las promesas:
de decir que estás acostumbrándote a no llevar la carne,
de empezar a ser un girasol de cicatrices,
de celebrar el llanto de la Naturaleza.

La mentira está dentro de todos los arbustos,
de todos estos seres que han echado raíces
sobre sus propias sombras,
pero tú necesitas una droga de barro,
un tallo de papiro que conserve los signos
de tu belleza acuática.

Aquí las horas no dejarán huella en tu mirada
porque las horas surgen de la leche que ordeñan los
montañeros,
de las ubres hinchadas de una madre parida.
Yo te prometo ser el campesino de todos tus dominios,
la voz que te detenga la lluvia y el granizo
cuando estén en flor aún los cerezos dispersos por tus labios;

Esta es la estación de las promesas,
el tiempo en que la tierra se abre como los sexos insaciables,
es la estación más larga de la vida.




Nunca es puntual el tiempo


Nunca es puntual el tiempo
para dejarnos solos y empezar a perdernos
en la espesura donde ya nadie se conoce.
Quiero estar aquí como la lluvia,
en vertical como el abismo.
Soy el amo de la soledad,
la cifra de la nieve, el inventor del cero.
Soy el conquistador de la humedad del agua.
Quiero instalarme aquí. Mis carabelas
están enamoradas de la ruta del sueño.

Vengo a ofreceros mi fe antes de que anochezca,
a entregaros mi historia rural como el ganado,
a colgar un refrán de vuestro cuello
y deciros mi vida. Vengo del Norte,
de una noche dormida en los castaños,
de una casa fresca como los vientres de las bodegas.

Mis recuerdos son vuestros desde ahora,
os ofrezco el perfume de los membrillos
envuelto entre las sábanas,
el rito cereal de las siestas de mayo,
el canto de los grillos, la sed de los limones.
Mis secretos son vuestros desde ahora,
os proveo de ojos manantiales,
de mitologías suaves para mecer las cunas,
de palabras-espiga para dorar lenguajes,
de caminos y charcos y atajos como infancias.

Antes de que anochezca,
he de plantar aquí la grana de unos ojos
que no deben cerrarse,
la fuerza de unas manos que abrazan como muros,
la voz tradicional de la boca del barro,
los frondosos suspiros de la menta.

Ven a recibirme con tu ajuar de deseos
y viviremos cerrados bajo la biografía de la niebla,
en el exilio de los faros.

Te adornaré las horas con laureles romanos
alrededor de casa,
te diré que los dioses duermen en los jazmines
desde el último eclipse,
te vaciaré el volcán que supura en la boca de los siglos
y haremos un paisaje que brote nuestros nombres
en sus tierras.

Nunca es puntual la lágrima para llorar el humo
que se escapa de un alma que se enciende
y crepita en los leños que tabican la puerta del olvido.
Aquí seremos libres como el atardecer de los pastores
y la sonora estación del queso fresco.

Seremos más que libres
y pondrás tus sospechas a curar al aire puro.
Ahora di que sí, solamente que sí
como hacen nuestros árboles al entregar el fruto
o admiten nuestros perros al robar su camada.

Quedaremos
y pintaremos el cielo de cal viva y tendrás una estrella
preferida
y arrendaré una fuente a nuestras náyades
donde laves la ropa arrodillada con el lento jabón
de los crepúsculos.

Quedaremos y parirás con el dolor de las cosechas,
con esos gritos rojos con que se hace la sangre
y se pisan los mostos en las tribus del alma.

Quedaremos aquí,
definitivamente lejos de los ayeres desilusionados,
definitivamente cerca de las inmensas llanuras
por donde tendremos que partir
cuando caigan las nieves de nuestros ojos fríos.
Serás tú la heredera del rocío y de las lunas llenas,
tú la que cure con hierbas los dolores del mundo
y la que más entienda del vuelo de los pájaros
y el croar ensordecedor de las tristezas.

Quedaremos aquí,
definitivamente hundidos en el temblor del tiempo
y los helechos,
definitivamente ocultos bajo las primitivas
capas del espacio,
definitivamente así como la muerte.

Yo soy el mensajero de los atardeceres


Yo soy el mensajero de los atardeceres,
de las horas granates que apiñan las frambuesas.
Soy la hora que nunca regresará a su sitio.
Soy el conquistador. Soy el atardecer. Vengo del Norte.

El ganado está manso como un pantano de oro
porque el mundo es pastor en esta orilla
desde hace muchos siglos,
yo lo vi merendar manteca y miel silvestre.
Algún día tendremos una casa,
algún día seremos dueños de una pomarada
donde la eternidad despierte con los gallos
y te ayude a peinar a nuestros dos mil hijos.

Vengo del Norte como la blanda niebla
que masticáis vosotros en las bodas del viento,
como el rostro moreno de la brea con que encendéis
los libros de la noche,
como las golondrinas que escapan de las cuadras
al reventar la seta del otoño.

Ella llora porque ha dejado atrás una cruz de violetas
encima de su raza,
porque sabe que aquí ahorcará su memoria
en esta lluvia de árboles que no hubieran nacido.

Los pastos están rotos,
pero traigo un arado con los dedos de un dios
que arañarán la tierra hasta tocar los huesos del primer
enterrado.
Ella rota un molino cada vez que me mira
para pedirme amor entre la hierba alta,
cada vez que me sube a los graneros donde la voz
deposita su harina indescifrable.

Os traigo una noticia envuelta con hojas de castaño,
una noticia fresca
que necesita tiempo debajo del estiércol,
pero será tan grata como la novia nueva
que grita cuando rompen su blanca idolatría.

Ayudadnos a descargar nuestra carreta;
que ella se pose despacio
como una edad que acaba de romperse las piernas
y necesita esclavos para bajar la vida.

Veo que está la noche cantando como un grillo
y que vuestras esposas han encendido el fuego.
Podéis iros,
que el vino sólo tiene un momento como las decisiones.
Mañana volveremos a vernos
cuando el rocío enmarque cristales a otro día
y amanezca de nuevo la palabra distancia.


Algún día se posarán los pájaros a cantar


Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
Miguel Hernández

Algún día se posarán los pájaros a cantar
en tus brazos,
a descubrir que somos los náufragos del tiempo,
los herederos de una canción de amor
que se escuchaba en las brumas del norte.

Esta es la última primavera que estaremos juntos,
ésta es la última parada que precede al recuerdo,
éste es el tren que sale de la vida
a cada siempre en punto,
ésta es la noche que nos queda para romper en hijos.

Te irás y yo me iré,
pero te llevaré, te llevaré conmigo,
te enterraré conmigo a la sombra de un roble
milenario
y allí tendrás pastores que cuiden tus cenizas
y verás la oquedad montañas
y te despertarán los gallos de los dioses.
Todos los lenguajes quedarán sin tu nombre
y entonces las palabras brotarán en los prados
y arrancarán tus sílabas deshojando te quieros.
Hay alguien en el viento que recoge tu semen
y lo esparce a lo lejos. Hay alguien
que prohíbe tu mortal hermosura.

Te irás como una hora de labranza
dejando surcos llenos y un retorno.
Te irás como un camino hacia las estaciones.

Has sido tantas cosas que quedarán vacíos los sonidos
y morirán los números.
Pero estarás conmigo,
te encontraré un paisaje donde tus ojos crean
que la muerte es la vida en otra parte
con el mismo manzano, la misma casa al norte,
los mismos rostros gratos y el mismo perro.

Algún día los ríos terminarán enteros en tu boca
y molerás de nuevo esa nostalgia que madura en agosto
entorno a los maíces y a las romerías.
Tendrás jóvenes llenos de salud
que adorarán el árbol y encenderán sus fuerzas
en las paganas noches de solsticio.
Tendrás enamorados
y bueyes que carreten su ajuar a otro destino
y bosques silenciosos
y casas encaladas con sus cuadras, su estiércol
y su niño comiendo el primer bocadillo.

Te llevaré conmigo
a una lluvia que caiga sin rozar los balcones
a que se asoma el tiempo
para decir el nombre del que ha sido elegido;
a una noche estrellada
donde sobren los faros y te vean los barcos
desde la lontananza.

Esta es la última vez que te veo llorar
sobre la historia.


(A quienes quiero, ellos lo saben)


Ruinas de Olimpia


Olimpia. Madrugada. Ya casi
primavera.

Lenta, unta la luz del día su cuerpo
con aceite muy tibio,
como una diosa joven
encaprichada
en un mortal atleta.

Es vida lo que veo, aunque es muy poco:
un olivo, rocío sobre el mármol
y la humana apariencia de la tierra.



Muchacha enamorada


Fue en el Museo, en Atenas,
una hermosa muchacha
sobre el mármol
-realidad un día-
se ataba su sandalia.
No sé..., pero en sus brazos,
en el gesto tan dulce de su cara,
-la leve inclinación
de sus caderas,
los pliegues de su túnica
o sus labios brillantes-,
reconocí que estaba
enamorada.




Al Río Rey


Río Sella,
quién pudiera pasar siempre
hacia su propio destino
sin parar.
Quién fuera tan transparente
un día y la vida entera
sin cansar,
y atravesara los años
manso y ajeno a la muerte
sin edad.
Río Sella
¿qué siente el agua
cuando se moja en los pliegues
de la mar,
qué nos murmuras,
qué expresas
con ese idioma corriente
de humedad?
¿Cómo mirarán las cuencas de tus ojos
nuestra existencia de tiempo,
carne, tierra y nada más?
Son tantos nuestros afanes
para tan corto trayecto
y tan constante tu curso
para tanta eternidad.
Quién pudiera, Río Sella
nacer siempre y pasar siempre
por donde siempre y jamás.
Transcurrir siempre y por siempre
y nunca
sin dejar de ser el mismo
ser igual.


Video realizado por Catamaram

Yo también masticaba la cal de las paredes



Yo también masticaba la cal de las paredes

en las tardes de agosto

y creía que sólo se moría en invierno

y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.
Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta
de la puerta
y hacía competiciones de gusanos.
El cielo me parecía una carpa gigante
y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron
como dos libertades.
Mi padre me enseñó a comprender el viento,
a predecir la lluvia en la piel de los árboles
y por eso he tenido siempre miedo al futuro.
De pequeño, además, yo quería ser gitano
para tener un burro, entre otras muchas cosas,
y caminar descalzo.
Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos
y me gustó el latín no sé por qué motivo
y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.
¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,
¿cómo puedo explicar que para que haya historia
hubo que desde siempre ir matando o muriendo?
Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:
y me conformo y callo y voy tirando
y echo de menos mucho la araña de la grieta
y el olor de la cal me es como de familia.
Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,
y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

Video realizado por Catamaram

Solamente una tarde soñaremos sin rumbo


Fue dura la verdad como un arado
Pablo Neruda


Solamente una tarde soñaremos sin rumbo,
aunque soñar es fácil desde vuestra ternura.
Yo también quise ser y alcanzar tantas cosas
como vosotros mismos,
pero al final me tumbo a la sombra del hombre,
a la engañosa sombra de la vida.

Vengo del Norte
y canto la nostalgia de un verano que acaba,
de un pañuelo que dice adiós al horizonte,
de unos ojos que lloran cuando parten los barcos.
Por mi casa pasaban, al rayar la mañana,
pescadores morenos como la idolatría,
hombres con más salitre que el egoísmo del océano.

Soy recuerdo y soy faro
y soy costa que espera vuestros ágiles remos,
vuestro asomo de muelle, vuestra mirada libre.

Aquí merendaremos como en los viejos tiempos,
recordando las hembras que conocimos lejos
y perdieron su fe por el amor de un día.
Beberemos hasta que no sepamos la causa de la noche,
hasta que nos apene nuestro ser miserable
y escupamos el miedo que llevamos a cuestas.

Es muy fácil soñar lo que nunca seremos,
lo que, a pesar de todo, hemos perdido.
Pero es corto el camino, duro como el arado.

Video realizado por Catamaram

Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez


Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez
al decir que en su cuarto caía una gotera
o que su pobre madre le hacía el bocadillo
siempre de natas con azúcar -son cosas de la vida-.
Confieso que en mi casa el olor a humedad
era casi entrañable
y todos los domingos se comían garbanzos,
salvo en alguna fecha señalada.
Que lloré muchas veces por no querer llevar
los jerseys con coderas
o no tener un lápiz con enanito arriba.
Confieso que la ropa nos la daban los primos
que ahora son albañiles
y que nuestra familia se rompió por la herencia
de unos metros cuadrados de baldosas con taras -son cosas de la vida-.
Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,
tuve el chupete debajo de la almohada.
Confieso que los míos son personas sencillas:
usted sospecha que hablo de un padre que no sabe
lavarse bien los dientes,
de una mujer que escribe con mala ortografía,
de unos hermanos fieles como la misma sangre
y una casa que huele, cada vez que entro en ella,
a las húmedas manos de la melancolía.

Confieso que he nacido donde hubiera elegido
por encima de todo cada vez que naciera.




Video realizado por Catamaram

Exilios interiores


En tu espacio está todo lo que asumes de espacio,
todo lo que tú ocupas como parte del mundo,
todo lo que del mundo forma parte de ti.
Tú, como peso en la piedra. Como el rojo
en la rosa. Como el aire en el árbol. Como el puño al poema.

Y si un día miraras y encontraras caballos
aunque no sean caballos, y tú
vieras caballos
(aunque sean de humo), porque tú ves caballos,
podrán ser tus caballos y llevarte muy lejos
y enseñarte a galope
aquello que no existe pero nos lo parece
y aquello que resurge y brota y está ahí, brillante, desde siempre,
desde siempre esperando caballos
luminosos con un hombre que admite:
solamente nosotros mentimos las verdades.
Y entonces tú te posas y tus caballos beben
y una extensión muy grande
como un libro con toda la noche y las estrellas,
como un verso gigante de donde baja el agua
serán espacio tuyo,
mirada de tus ojos,
tamaño de tus manos,
instante muy fugaz, realidad muy larga.
Y entonces tú cabalgas, en tus caballos ágiles,
aunque sean de pétalos que van quedando atrás,
aunque sean de olas que mueren en la arena,
aunque sean caballos, de tan hermosos,
breves.

Video realizado por Catamaram

Insomnios


No olvido aquellos días.
No borro aquellos miedos.
Madre, ¿Cuándo sea mayor
Tú serás ya muy vieja?;
¿tendré que enfrentarme un día al mundo
solo?
Ella siempre venía a darme un beso,
Me apagaba la luz
Y me decía:
no pienses esas cosas, hijo mío,
eres muy joven, anda,
todavía.
Pero cuando el invierno arremetía
furioso
contra las ventanas
y el triste crucifijo pendía sobre mí
tenebroso y oscuro
me aparecían los muertos
que había visto metidos en cajas.
Tanteaba la pera, encendía la bombilla
y con cualquier excusa la llamaba:
mamá, no sé si tendré fiebre,
tráeme un vaso de leche,
hazme una manzanilla.
Y entonces como siempre, como
a todas las horas, ella estaba
fregando
y dejaba los platos y las potas
y me ponía el termómetro
y tanteaba mi frente.
Voy a quedarme aquí
para que no te muevas.
No me parecen décimas,
Tranquilízate, calma.

Y con su mano allí,
sobre mis pensamientos,
huían mis temores
y en breve me dormía.

Otras veces la guerra o el infierno
-paisajes que tanto ensombrecían
aquellos negros años-
me angustiaban el sueño a media noche
y gritaba su nombre.
Y entonces, como siempre,
como a todas horas, ella estaba sentada en la cocina,
cosiendo o repasando,
o escogiendo lentejas o picando
patatas.
Y clavaba la aguja en la pechera
y se allegaba al cuarto
y me frotaba el cuerpo
con alcohol de romero y con papel
de estraza.

Y con su tacto allí
posado en mis delirios
repetía en voz baja:
ya verás cómo pronto pasa esta noche
ya verás qué enseguida llega mañana.

Video realizado por Catamaram

Hoy tienes en el alma noche de luna llena


Hoy tienes en el alma noche de luna llena,
tu eternidad aúlla detrás del pensamiento,
en las dunas del dolor que hemos dejado atrás
para llegar aquí y estar tan solos.
Encargaré a los pinos que lacren tu conciencia
con resina salvaje,
y entenderás el llanto de los lobos,
los frágiles dialectos de los copos de nieve.

Serás la reina aquí. Serás la enredadera que suba
por el tronco de mis árboles,
serás la milenrama que busquen los enfermos de esperanza.

Vengo del Norte,
de donde las sirenas siguen llamando a Ulises,
de donde los recuerdos se borran con la lluvia,
de donde los destinos se reman con los brazos muy abiertos.
Ella viene conmigo
para daros a luz una provincia de perfumes.
Ella trae las cenizas del gélido nordeste.
Vengo del Norte,
a encender las luciérnagas de vuestra soledad,
a tatuaros la piel con el rumor de los enjambres.
Mi silencio revienta como la pasión de las legumbres.

Aquí extenderemos las paredes de nuestro nuevo mundo
y ella tendrá un estanque y un sueño de pizarra
y unos ojos azules como los dioses áticos.
Quiero que la felicidad desprenda la fragancia
de los albaricoques
y se siente a morir cada tarde un momento.

Si me miráis así seré un poco más viejo que la tierra,
porque vuestras pupilas giran con el vapor de las embarcaciones
en que navegan los antepasados.
Ella tiene dos pueblos hundidos en el alma
y en noches como ésta habla con el acento de los pantanos;
lleva en el corazón un campanario
para que nunca más estéis tan apartados de las golondrinas
y sepáis la hora por su tristeza románica.

Vengo del Norte,
de una aldea tranquila donde la muerte viaja en un tren
de carbón,
de la llamada azul de los afiladores,
de una granja apartada de todos los destinos.

Video realizado por Catamaram

Piel intensa


  Las altas ventanas de la medianoche. El cuerpo desnudo tras unos visillos. La muchacha lánguida que acaricia ánforas. El adolescente que se baña en oro. El silencio hermoso de tu carne suave. Los labios que imanan la boca ansiosa. El gemido joven detrás de los álamos. La prenda olvidada sobre el césped cómplice. Dos lenguas de húmedo fuego prohibido. La mano que roza el pétalo intacto.

   La naturaleza que descubro en ti. Los hondos paisajes con vistas al alma. La fiebre de todos nuestros afluentes. El brebaje dulce de la piel intensa. Los blandos susurros que emiten tus surcos. La melancolía del abatimiento. La senda que sube por tus pies arriba. La ingrávida sombra de la noche entera. El rayo de luz que se posa en ti. Tus visos de hespéride recién encendida.

   Las gotas de lluvia que trazan tus dedos. Las rutas fantásticas que ves en mi espalda. Lo que yo imagino que tú conjeturas. La vela que enciendes antes del amor. El olor a fruta de todos tus tramos. El mundo y la vida tan lejos y al margen. La respiración haciendo de sábana. El lento trayecto hacia la pasión. Los vertiginosos instantes. La calma.
(Hesperya, primavera de 2008).


Verde


Verde.
No gastemos el verde.
¿Quién nos haría entonces aceitunas
cómo podrían criarse las orugas,
de qué iban a vivir los campesinos,
y los grillos, volverían en mayo
a dar conciertos?

Verde claro. Verde oscuro. Verde verde
verdadero.


Cántico


 Mi canto,
para el hombre
que ansía llegar a casa
y lavarse las manos,
dar un beso a los suyos,
aproximarse al fuego,
responder a un abrazo,
o sentirse tan solo que humaniza una mesa.
Para el que ve la luz encendida y respira,
para el que huele el pan y se siente dichoso;
el que mira la luna sin querer conocerla,
el que alcanza primero la sed que el cántaro,
el que huele la rosa y no la corta.

El que nunca rezó y a su manera reza.


Qué sería de la vida


Qué sería de la vida
sin la palabra hombre
y del hombre
sin su propia palabra.
Cómo podría fundirse
la luz sobre los árboles,
la altura sobre
el vértigo,
la pasión en la carne,
el empeño en el fuego,
la arena en este verso
donde mueren las playas.
Bajaría la nieve
hasta
los campanarios del
silencio.
Distaría el horizonte
como de aquí hasta Bécquer,
como de Homero a mayo.
Habría atletas sudando en sílabas de Olimpia.
Serías tú para mí sinónimo de ayer
de hoy

y de mañana.


Área de prioridades


 De nada vale decir
aquí estoy yo,
gobierno y mando,
si al pasar por Castilla
y ver el sol crujiendo tras
los olmos,
uno no sabe dar gracias a Machado.
De nada sirve
montar revoluciones, modernizar
las leyes,
si al entrar en Moguer y abrir sus muros
blancos,
uno no escucha, como un geranio púrpura,
la voz en los balcones de Juan Ramón
Jiménez.
Muy poco importa
marcharse tan de prisa a tantas partes
a todas a ninguna,
sin pararse una vez, y al coger nuevo
aliento y mirar el camino,
sentir sobre la piel: Palabras
para Julia.
Sin duda alguna,
España no va bien, como el resto
del mundo y el fondo de la vida.
Necesitamos agua, pan, un poco
de esperanza. Y poesía.


Ubi sum


Yo sé que nada regresa, que nada
vuelve nacer, que lo que tuvo
nun ta, que nada ye lo que fue.
Eso sélo, ya lo sé. Sélo dende bien
pequeñu, dende que vi que crecer
yera dir dexando atrás aquello qu'ún
más quier: les caleyes que conoz,
la mano que nos calez, el corredor,
onde'l mundu paecía lo que
nun fue. Dir dexando atrás.
pa siempre,
todo lo que nos fizo ser/ a la imaxe
y semeyanza/ d'aquellos que nos
amaron/ como naide más nos quier.
Pa siempre, pa siempre, atrás,
como mañana y ayeri, como l'agora
y el llueu, como l'antes y el después.
Pa siempre, siempre pa siempre.
Eso sélo. Yá lo sé.

Y onde toi / nada permanez que puea /
devolveme dalgo fe / nes mentires
que me valíen pa siguir tando de pie,
pa engañame día tres día, qu'al fin
y al cabu, nun ye / más que l'embuste
la vida: perder, guerriar pa perder,
encariñase, sufrir, pa, al fin y al cabu,
perder.

Onde toi, miro, respiro y noto
que me duel reconocer que nun topo
nada apenes no que me reconocer.
Namás que'l cielu, el regueru,
la figar, la mar, les peñes y dalgún
cachu paré, au s'echen les llagarteses
a asolinar. Esto ye / lo que me queda, lo que
soi de lo que fui, más lo que nun pude
ser.