viernes, 30 de diciembre de 2011

ROSCÓN DE FIN DE AÑO

Son pocos los ingredientes,

los tienes seguro a mano.

Utensilios: unas horas

de disposición y un cazo.

Trituramos los problemas,

desmigamos los obstáculos.

Desechamos las tristezas

y a las penas, sartenazo.

Doramos las esperanzas,

la ilusión la enharinamos.

Y que no nos quemen mucho

las amarguras de a diario.

Espolvoreo paciencia,

y paz y fuerza le añado;

vierto almíbar de futuro

y una copa de entusiasmo.

Al fuego los descontentos

y los sentimientos malos.

Pongo amor en rama, un litro

de los deseos más gratos.

Remuevo bien, a conciencia,

salpico de vez en cuando

con dulzura de la infancia

y corteza de un verano.

Cogemos un bol de aguante

lo mezclamos y amasamos

hasta que coja la forma

de una promesa, un abrazo.

Cuando sonría la masa,

la estiramos y enroscamos.

Batimos nieve hasta el punto

de vaciar todo cansancio

y las ideas, bien claras.

Las yemas las reservamos.

Adornamos con firmeza

y amor caramelizados.

Un portazo a los pesares

y, de seguido, horneamos.

Ya verás qué roscón sale

con sabor a feliz año.

''Que vos preste y que vos dure

¡Mucha suerte a cada paso!''

 © Aurelio González Ovies
Receta-regalo para el blog Con la luz de mi cocina 


jueves, 22 de diciembre de 2011

Noches buenas y viejas


Remembranza de las celebraciones navideñas de antaño, llenas de emoción

Lo que más nos movía y nos entusiasmaba, como siempre sucede, era el tiempo de espera, la ilusión prematura, las calles con las luces de las grandes ciudades, los anuncios con pinos, trineos y nevadas. Lo que más, era el halo de bondad que brillaba en la luz de los días más breves de la vida, el frío que incitaba a estar en torno al fuego, el aroma a cariño y a paz y espumillón y nueces melancólicas que inundaba la casa.

Y también arrancar al almanaque antiguo sus últimas jornadas y colgar uno nuevo en la pared, debajo de la radio, con retratos de gatos en un cesto o la imagen de un santo o una virgen que derramaba lágrimas. Pegar en los cristales recortes de revistas: hojas verdes de acebos, estrellas y tambores, siluetas de montañas. Y encender pronto el árbol, aunque gastara luz, repleto de postales y motas de algodón y cantar villancicos, en vez de hacer deberes, desde por la mañana, aquel de aquellos peces que bebían en el río y el del chiquirritín, chiquirriquitín, queridito del alma y el del rín, rín, yo me remendaba, yo me remendé, aquellos de Belén y ángeles y campanas.

Y ver sobre la mesa tantas cosas tan ricas, sopas de ajo con pan duro y con claras; algún pez grande al horno, pescado por mi padre; un poco de jamón y algún fiambre y queso; compota hecha de pera, higos pasos, manzanas. Y partir el turrón, tan gordo y tan sabroso, con martillo y cuchillo. Y comer mazapanes que llegaban de Soto y espesos polvorones de aquellas grandes cajas. Y saborear la dicha de estar juntos y alegres (aunque fuera mentira, parecíamos siempre más contentos que nunca), y escuchar a Juanita, que cantaba las coplas de allá de Puerto Lápice, con zambomba y con palmas.

Y soñar que aún quedaban muchos días de fiesta y noches espaciosas de ir muy tarde a la cama. Y aguardar por los Reyes que aún estaban lejanos, cuyo perfil veíamos en cualquier sombra o nube, en cualquier astro claro del cielo inalcanzable, en cualquier rama seca con corona de muérdago. Y echar en los buzones los deseos imposibles escritos con remite en inocentes cartas. Y esperar. Lo que más nos gustaba, como ocurre a los hombres, era el preámbulo intenso, la agitación del antes, la ensoñación, la dicha de lo previo o lo núbil, la emoción imprecisa de la propia esperanza.

(La Nueva España, 21-12-2011)


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Yo también masticaba la cal de las paredes

Yo también masticaba la cal de las paredes

en las tardes de agosto

y creía que sólo se moría en invierno

y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.

Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta

de la puerta

y hacía competiciones de gusanos.

El cielo me parecía una carpa gigante

y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron

como dos libertades.

Mi padre me enseñó a comprender el viento,

a predecir la lluvia en la piel de los árboles

y por eso he tenido siempre miedo al futuro.

De pequeño, además, yo quería ser gitano

para tener un burro, entre otras muchas cosas,

y caminar descalzo.

Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos

y me gustó el latín no sé por qué motivo

y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.

¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,

¿cómo puedo explicar que para que haya historia

hubo que desde siempre ir matando o muriendo?

Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:

y me conformo y callo y voy tirando

y echo de menos mucho la araña de la grieta

y el olor de la cal me es como de familia.

Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,

y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

                  
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
MMXI

domingo, 18 de diciembre de 2011

Usted seguro que ha sentido...

Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez

al decir que en su cuarto caía una gotera

o que su pobre madre le hacía el bocadillo

siempre de natas con azúcar -son cosas de la vida-.

Confieso que en mi casa el olor a humedad

era casi entrañable

y todos los domingos se comían garbanzos,

salvo en alguna fecha señalada.

Que lloré muchas veces por no querer llevar

los jerseys con coderas

o no tener un lápiz con enanito arriba.

Confieso que la ropa nos la daban los primos

que ahora son albañiles

y que nuestra familia se rompió por la herencia

de unos metros cuadrados de baldosas con taras -son cosas de la vida-.

Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,

tuve el chupete debajo de la almohada.

Confieso que los míos son personas sencillas:

usted sospecha que hablo de un padre que no sabe

lavarse bien los dientes,

de una mujer que escribe con mala ortografía,

de unos hermanos fieles como la misma sangre

y una casa que huele, cada vez que entro en ella,

a las húmedas manos de la melancolía.


Confieso que he nacido donde hubiera elegido

por encima de todo cada vez que naciera.


© Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: L. Einaudi
MMXI

viernes, 16 de diciembre de 2011

Si los muertos vinieran

Si los muertos vinieran
no encontrarían su casa
ni su luz encendida
ni a su gato
ni a su higuera fiel
ni su naranjo.
Si de nuevo volvieran
no encontrarían su puerta
ni sus aparadores
ni sus viejos retratos
ni sus paredes húmedas
ni su ropa.
Si los muertos vinieran
decidles solamente la palabra

distancia.


martes, 13 de diciembre de 2011

Mi voz es el paisaje


Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo y el que todo lo tuvo.
Pablo Neruda



Mi voz es el paisaje
que va echando de menos
las cosas que he perdido.
He nacido en un pueblo
y en el anonimato.
Mi vida se resume en aquel calendario
de números granates
donde mi madre iba
apuntando los partos de las vacas
y visitas al médico.
Fui más feliz que pobre
porque quien no conoce la abundancia
valora las minucias y los pájaros.
Desde niño la hora de las gaviotas
viene siendo mi reino
y el mar un no sé qué
-eternidad dios alma-
donde muero un momento cada día.
Así me veo ahora
cuando ya las gaviotas no conocen mi nombre
y la higuera envejece sobre la sed del pozo.
Mi casa, mis amigos, los míos, los de nadie.
¡Qué pronto somos soledad!


domingo, 11 de diciembre de 2011

Aquella gaviota que se llamó promesa


Alguien ha vaciado el mar
Pascual Izquierdo


Aquella gaviota que se llamó promesa
y aquel embarcadero de ojos azules.
Toda mi vida:
un niño que recitaba el barro de memoria,
un pueblo que se quedó nevado de tristeza,
unos seres que fueron emigrando del frío,
una estrella sin gas en los muelles del alma.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Apetito de ser

El afán incesante por superar obstáculos


Todo quiere vivir y estar presente. Todo asoma al asombro de ser instante a instante, al apetito inmenso de superar obstáculos. El mirlo que me observa entre el puro rocío de la mañana, el árbol que diviso y ha perdido las hojas, la sombra que me sigue a donde quiera que huyo, por donde voy o paso. Todo encierra deseos de perpetuar su estirpe, la dinastía del humo, las hiedras que galopan por las tapias del tiempo, el frío que se adentra en las casas sin nadie, las rosas que florecen en la tez del invierno, las chispas que salpican la noche desde un astro. Permanecer aquí, ampliarse en el tiempo, existir como sea, por encima de todo, alargar su apariencia, dilatar sus fronteras, envejecer despacio.

Todo busca seguir en esta incierta estancia, aplazar su caída y su decrepitud, prolongar cualquier época, perdurar como un río de anchurosos remansos, resistir como un mástil frente a viento y borrasca. Todo ansía llegar a no se sabe dónde, atravesar planicies, coronar los montículos, desembocar muy tarde en no se sabe cuándo, aumentar sus jornadas, agrandar su espesura milenaria y copuda, desplegar su ramaje a lo largo y lo alto. Todo aspira a ser parte de esta actualidad tan fortuita y yerma, a insistir en su alzada, mantenerse en su plante, a escapar de la herrumbre, a evitar la carcoma, a preservase, lejos del dolor y la sangre, del cáncer o el disparo.

Todo pugna y suspira por brotar con vigor, por crecer con arresto y elevar su prestancia, por renovar su imagen y amparar su entusiasmo. Todo intenta guardar equilibrio en sus hilos de ser humano o frágil, impalpable o patente, silvestre o deletéreo. Esparcir su simiente, eternizar su nombre, dignificar su esencia, propagar sus vilanos. Todo persigue más y más continuación, más fulgor en su hechura, más juventud vigente. Todo implora tardanza, demora en su unidad, indulto en su firmeza, amnistía en su tránsito. Todo, constancia y entereza, por temor y por avidez, por ego y prepotencia, por despotismo o atraco.

Todo apetece luz y libertad y holgura. Todo reclama treguas, prosperidad y cifras, origen y tesón, consagración y espacio. Nada quiere apagarse de repente y por siempre, sucumbir como un corzo, indefenso y precoz, que cruzaba el otoño, cerrarse como un libro maldito o inacabado. Todo proyecta un más allá después del difuso horizonte, del ahora, del mañana lejano. Nada quiere morir. Nadie quiere morir. Siempre es pronto y temprano.

(La Nueva España, 7-12-2011)

Vuestra voz tiene acento de laurel

Vuestra voz tiene acento de laurel,
decidme dónde habéis estado tanto tiempo,
por qué no regresasteis a la hora de la siesta,
por qué no estáis aquí vendimiando mis dudas.
La noche es muy inmensa para encontrarse solo.
Aquí está vuestra casa de campo abandonada.
Vuestro perro pastor que se enrolla en sí mismo
y da vueltas y llora.
Decidme dónde andáis para haceros llegar unos abrazos
y unas deudas y un pan y unos limones.
Sucede que mis manos ya no pueden arar vuestro recuerdo
y la vida me huele a humedad y a cerrado.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Volverás en verano


Volverás en verano
y encalaremos juntos la fachada del tiempo.
Aquí todo envejece a ritmo campesino
y te echamos de menos cuando tus rosas
revientan como un tiro de sangre.
Todos los días del año son los más oportunos
para añorar al ser que nos ha abandonado.
Pero tú volverás;
yo sé que te apetece escuchar las rodadas
de la infancia entre la manzanilla;
yo sé que tienes ganas de entender
qué dicen las gaviotas cuando rompen el sol a picotazos.
pero tú volverás
porque han puesto autobús para llegar al nunca,
porque el pueblo se queda poco a poco,
porque quiero cambiarte unos cromos del llanto,
porque te necesito para labrar el frío.
Volverás a esa hora temprano
y los niños irán ya a la escuela en pantalones cortos
y te diré en secreto por qué cantan los gallos
y te llenaré un libro del olor de las cuadras.
Volverás porque, a veces, si nos falta algún rostro
el pasado es reciente a cada siempre.


sábado, 3 de diciembre de 2011

A veces la tristeza te espera en cualquier sitio

A veces la tristeza te espera en cualquier sitio
y hay que creer en algo.
Hemos venido a ser felices por encima de
todo,
a perder unos seres y formar una casa,
a envejecer un árbol y madurar un fruto,
a decir un adiós y escribir una carta.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Tus crisantemos crecen al abrigo de octubre


Tus crisantemos crecen al abrigo de octubre
y en una pota vieja te he plantado un narciso.
Cuando vengas, el pozo será un naufragio de hojas
que limpiaremos juntos en la tarde del sábado.
No quisiera decirte las noticias que tengo de unos amigos tuyos
ni entregarte una carta que te escribe el recuerdo.
Cuando vengas, el frío hablará por la noche desesperadamente
y estarán ya maduros el dolor y los higos.