lunes, 31 de octubre de 2011

Una fecha sin más

Una fecha sin más,
por ejemplo esta noche,
esta noche hermosa en que sé que nunca volveremos a vernos;
pero hay luna y estrellas y la vida está quieta como un árbol.
Esa noche, totalmente entera,
y mañana todo se verá nostálgico
y el recuerdo
tendrá tus ojos desde entonces.

jueves, 27 de octubre de 2011

Tengo miedo a la muerte


Tengo miedo a la muerte y a la
vida
y a decirte así de fríamente
los adverbios con que te amo:
ahora, de repente, apenas,
enseguida,
jamás, jamás. Jamás.




(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI 

miércoles, 26 de octubre de 2011

Y nos hemos perdido


Yo en tu lugar mentiría más dulcemente

-Antonio Gamoneda-


Y nos hemos perdido.
No sé si tú has cambiado
o te defraudé yo: pero no somos nada
después de haber crecido casi en la misma casa.
A veces creo que el tú se parte en dos personas
y entonces sigo amando el tú que he conocido;
el tú que me enseñaste hace ya muchos años,
cuando dormías conmigo en las fiestas del pueblo.
Pero más firme creo que me fuiste engañando
y has sido siempre así, mentira hasta conmigo.
Lo triste es que me dueles aunque sea en imágenes,
lo triste es que te quiero aunque sea en recuerdos.

                                                          (A Chusa)



 


(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yiruma
MMXI

martes, 25 de octubre de 2011

Por los siglos de los siglos

Por la serenidad y el eterno descanso de todos los que nos han dejado.

(AGO. Bañugues. 30-7-2010)

Que descanséis tanto como de aquí al cielo y en vuestra quietud de muerte aún existan campos donde siga goteando el rocío, fuentes que os provean del frescor del agua, árboles del pan, mañanas de luz y pájaros jóvenes, noches con estrellas y posibles sueños. Que escuchéis los pasos de la madrugada y los carruajes de nuestros recuerdos y la sensación de que estáis dormidos en suelo de casa. Y que aunque tengáis los ojos cerrados, para no mirar la tierra que os cubre, percibáis la bruma que, al rayar el día, esparce la paz por los cementerios. 

No quede en vosotros desde que os fuisteis un mínimo efecto de pena o fatiga, de hastío o nostalgia. Que no hayáis sufrido, igual que nosotros, el dolor del tránsito ni la infinitud de tanta distancia ni el desolador momento del fin ni este cotidiano echaros de menos. Que en la cal arcaica de las sepulturas conozcáis los muros altos de la infancia y en las flores tiernas que estas fechas traen recibáis aromas de verano y huerto. 

Que os sean leves los años cansados y las estaciones desesperanzadas y los meses húmedos y lentos de otoño y el granizo ingrato que arroja el invierno. Que no os hiera el éter que conforma el alma ni os punce el cirro en que sois inscritos ni duela el vacío como duele el cuerpo. Y que os sea lícito cambiar de postura ya sea en las urnas o, dentro, en la caja y notéis alivio sobre la ceniza o resurrección por entre los huesos. 

Y que no esperéis nada que os genere turbación o ansias allá por lo efímero o allá por lo eterno. Que bajo las cruces y en torno a las lápidas sobrevuelen siempre voces conocidas, tactos muy queridos, horas afectuosas, miradas muy cálidas, crisantemos íntimos, murmullos domésticos. Que no falten nunca fragancia a claveles, suavidad de sábanas que os aminoren el sabor a iglesia, el dulzor de cirio, el eco a difunto, el ambiente a incienso. 

Que descanséis siempre. Que nadie ni nada altere el silencio de vuestras estancias. Y que por los siglos de los siglos sea. Ya que ha sido así, que así siga siendo. Que nadie ni nada trastoque la muerte ni enturbie la calma. Que sería muy cruel ver cómo perdéis la salud de nuevo. Sería muy triste presentir que entráis otra vez en otra baldía batalla. Sería terrible ver cómo morís, cómo nos marcháis cada cierto tiempo.


(La Nueva España, 26-10-2011)

lunes, 24 de octubre de 2011

Qué triste



Qué triste,
estar toda la vida
juntos
todas las noches
juntos,
todas las horas
juntos,
tantos momentos
juntos
y dejarnos
definitivamente atrás

(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Spheeris
MMXI

sábado, 22 de octubre de 2011

Madrugadas de octubre



Estas mañanas de otoño, de lo que permanece del otoño, en poco se parecen a las que yo he vivido. En nada, sino en la lenta luz que traspasa los setos y hace fulgir las gotas del rocío que porfía. En nada más que en esa ‘ocritud’ que invade pusilánime las copas de los álamos y los castaños. En nada a no ser en la impalpable presencia de algo muy semejante a una desbandada, a un final desiderable y tardo. A no ser en las pláticas de los ‘raitanes’ que se posan aún en los cables de octubre y escucho todavía como un a ser diminuto que avista un gran milagro. Excepto en los ovillos de niebla que destilan, a lo lejos, las aldeas que bullen y madrugan.

Estas mañanas de otoño en las que me levanto con cierta hipocondría y ya desde muy pronto me siento un ente solo en medio de la tierra, al borde de unas horas, me obligan a pensar que sólo persevera intacto y puramente lo que el hombre no toca, lo que ignora y desprecia por impotencia acaso; aquello que adivina que no alcanza y relega y olvida para siempre con desprecio de humano. No más que las exactitudes libres e incorruptibles, los incorpóreos atlas de la luz, la voluntad del sueño, las aspas del ciclón o el ímpetu del fuego.

Estas mañanas de otoño me confunden. Una acidez extraña me despierta a menudo y algo deshoja en mí, algo se hunde muy cerca de mi respiración, justo donde reciclan el corazón y el vértigo. Y, como el niño que era, vislumbro que me aplastan la oscuridad y el peso. Que me sellan los ojos con angustia a destajo, que me obstruyen la boca con un chorro de espanto. Que una fiebre exaltada me aminora, hasta el punto de ver cómo me escurro entre mis propios dedos y me escucho filtrar con la fútil finura de un hilo de ceniza.

Estas mañanas son un indicio certero: nunca descifraremos lo que dicen los pájaros cuando surcan el aire, ajenos a nosotros, tenacidad arriba, como rumbo a un destino -qué distintos al hombre que se mata y los mata- muy querido. Nunca lo que chispea altísimo, entre los astros, en estos amplios cielos de noches tan templadas. Jamás por qué siguen surgiendo los ríos y las fuentes con transparencia sólida; por qué no se han tragado tras tanta tropelía; por qué nos son tan útiles aún con su frescura. O por qué en un deshielo de coraje no bajan y revientan el mundo.

En poco se parecen a octubre estas mañanas, mas son mañanas frágiles y saben a corteza de humo campesino, a convicción rural, a incertidumbre en rama y de esta voz de liquen han caído estas hifas sin valor ni sustancia.


La Voz de Asturias
8 octubre 2011
Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel
MMXI

jueves, 20 de octubre de 2011

A un lado del camino

Poco nos hacía falta entonces para pasar el día jugando en medio del camino.

Foto: Camino de Segareo, AGO, 2010.


A un lado del camino estaban nuestras casas. Y el camino llevaba a todas partes. A la mar, hasta el Faro, a Luanco, hasta Candás, a Viodo, al fin del mundo. Todas las direcciones al lado del camino: una extensión de tierra aún sin asfalto, con baches y bardales y un poste de la luz, para avisos y esquelas, que servía, asimismo, de parada. Todas las distracciones en una carretera que nos entretenía las horas del domingo, contando forasteros que iban y venían, observando los coches inmensos y modernos: Dodge Dar y «Seiscientos», Simca 1.000; diciéndoles adiós a excursiones de monjas y personas mayores, o mirando tan sólo a ver si alguien pasaba. 

En medio de un camino que apenas transitaban más que la tarde lenta o las hojas de octubre o los gatos, sin prisa, colocábamos límites con botes o con piedras o con trozos de tiza pintábamos las rayas, e invertíamos tardes enteras jugando al escondite o a indios y vaqueros o a la gallina ciega o al potro o a la maza. Era un tiempo feliz, sin reloj ni pesares, en medio de un camino, donde tan pronto estábamos rescatando al contrario como lanzándole una pelota envenenada. Unos días tranquilos en los que amontonábamos las trencas en el suelo y nadie interrumpía nuestra expansión sencilla: una partida al gua, otra al roma, otra al pañuelo por detrás, otra a la queda, una competición de caracoles o un corro a la patata. 

A un lado del camino recogíamos moras, descubríamos nidos, cazábamos insectos o nos entusiasmaban las grandes telarañas. 

Allí, con casi nada, lo inventábamos todo: sobre cajas de fruta o con algún cartón, levantábamos tiendas y vendíamos colillas, cacharros, pimentón de ladrillo y teja machacados, herramientas ya viejas o verduras prestadas. Usábamos señales como diana certera de nuestros tirachinas, trazábamos «cascayos» con casillas y números, escribíamos nombres con cachos de escayola, nos tirábamos flechas a los jerséis de lana. 

En medio del camino pasamos media vida. Hacíamos carreras, andábamos con zancos, montábamos en bici, corríamos tras el aro, gastábamos los sábados desde por la mañana. Comíamos la merienda, construíamos cocheras en montones de arena, subíamos a los muros en que no había cristales, buscábamos regatos, desviábamos el agua. Cruzábamos los tubos de las alcantarillas, trepábamos a higueras, amasábamos barro o perdíamos el tiempo pescando de mentira, con un hilo amarrado en cualquier caña. En medio del camino, entera nuestra infancia.


(La Nueva España, 12-10-2011)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Panorámica



Asómate a las sílabas
más altas de la palabra hombre,
lo más al norte de la geografía carne,
lo más al borde de su abismal esencia.
Escucharás el trino de un pájaro muy viejo,
la perpetua agonía de una mujer parida,
los secos arañazos de los muertos,
el vacío y su brisa. El silencio. Sus cañas.

Muy hondo, el río. Y un rumor
como de avispas y de despedida.

Asómate a les sílabes
más altes de la palabra home,
lo más al norte de la xeografía la carne,
lo más al borde del so abismu y esencia.

Escucharás el trinu d'un páxaru muy vieyu,
la perpetua agonía d'una muyer parida,
los rabuñazos secos de los muertos,
el vacíu y la so brisa. El silenciu. Les sos cañes.

Mui fondu, el ríu. Y un rumor
como de griespes y despidida.


© Aurelio González Ovies
El cantu'l tordu
Recita: Joaquín De la Buelga
Realización vídeo: MGE
MMXI

lunes, 3 de octubre de 2011

Tiempo de velorios

Las honras fúnebres en el trimestre más lúgubre del año.

(AGO. Viodo. 1-8-2010)


Es tiempo de velorios. Aunque no sea más que en mi memoria, es época de noches duraderas y frías. Desprende la lavanda sus últimos suspiros. Alguien parte a lo lejos cañas de un eucalipto. Alguien recoge ropa de un tendal amarrado de un cerezo a una viga. Oscurece de pronto. Se dilata el silencio por entre las callejas. Se propaga un aroma a cebolla y patatas. Tras las contraventanas se encienden las bombillas. 

Dicen que esta estación tumba de siempre a muchos. Que este aire enloquece y las personas frágiles decaen y se suicidan. Aunque no sea más que en mis recuerdos, es un trimestre lúgubre: siempre voy con mi tía a la casa del muerto. Me dan pavor las cruces, los crespones, la mesa del umbral donde estampan la firma. Me aterroriza el cuarto donde descansa el féretro, su madera tallada y el cristal que hay encima. Me espantan el somier, la cama desarmada, la baldosa encerada, el armario apartado, la mesita. Me asustan el crucifijo rígido, el siseo del rosario, el perfume a corona, a traje, a neftalina. Me dan miedo los llantos que se escuchan a ratos cuando llegan amigos o gentes muy queridas. 

Intento hacerme el fuerte. Me quedo en el pasillo con los hombres que hablan del ganado y la tierra. Cuando puedo me acerco hasta la estancia donde duerme la caja y esa luz tan difunta de velas que crepitan. Miro por la rendija de la puerta entreabierta. Un gigante respingo me recorre la carne. La viuda llora tanto que a veces se desmaya. Piden agua de azahar. Y le frotan el pecho con alcohol de romero. Le ponen en la frente paños y la reaniman. 

Pasan con café negro y copas de coñac y vino de Sansón. Nos ofrecen rosquillas. Cada vez llegan más. Y a la entrada repiten «mi más sentido pésame, qué pérdida más grande. Te acompaño en el?». Es como un estribillo, como una letanía. Son casi ya las dos de la mañana. Han contado unas cosas de desaparecidos, que a ver quién llega a casa. Han hablado de historias tan horribles, que a ver quién es capaz de no tener ahora pesadillas. No sé por qué me llaman los velorios. Si el pánico es tan grande, no sé por qué pregunto, cuando nadie me lleva, si lloraban a gritos o el cadáver estaba muy pálido y deforme. No entiendo: me espeluzna la muerte y mirarla me chifla.
(La Nueva España, 27-9-2011)