jueves, 2 de agosto de 2012

Romería de agosto

Para retroceder a los años setenta


Óleo sobre lienzo de Chus Pérez de Castro

Cómo me gustaría retroceder ahora y acercarme un momento a los setenta. Y tumbarme en las rocas de Llumeres entre brisa de mar y olor a cherva. Y coger las quisquillas de las pozas, cangrejos, moranatas y la concha grandísima de alguna llampariega. Y darme un chapuzón detrás del muelle y sentir los primeros voladores que anuncian que enseguida empiezan las verbenas. Y comer de los setos semillas de las malvas. Y borrar el aliento a nicotina masticando unas hojas de «lloreda».

Cuánto me gustaría llegar a casa, entonces, y poner a secar la toalla en los sanjuanes y asomarme a la paz de la cocina y encontrar preparada la merienda. Y la ilusión intacta todavía por estrenar mañana un pantalón y un polo y unas simples playeras. Y charlar con mi madre mientras guisa y sofríe la carne y prepara merengue y bizcocho y arroz y leche presa. Y esperar por los primos que vienen tan contentos como estamos nosotros, por saber que es agosto y que hay romería y que se quedan. Y que al caer la noche y tras cenar temprano, bajáramos hasta el campo de la fiesta.

Cómo me gustaría oír los altavoces y el bullicio del tiro y de la orquesta y comprar los boletos de la tómbola y recibir un premio de un llavero y comer avellanas sentados en la hierba. Y mirar cómo bailan los mayores y estallar los petardos a escondidas, junto al maíz oscuro, donde están, escondidas, las parejas y subir al vaivén y marearme y que el mundo dé giros como loco y beber un refresco de botella. Y que fuera domingo al mediodía y se escuchara el son de un pasacalles y despertara el pueblo de repente, con sol y regocijo en todas las viviendas. Y volver un instante al fragor de la pólvora, tras la misa solemne con procesión y cantos, en el prado agitado y la barraca llena.

Cuánto me gustaría allegarme al verano y abrazarme al pasado y no notar la ausencia. Y prolongar los lunes del festín. Y organizar carreras con los sacos y ser el más veloz con las madreñas. Y trepar por los postes engrasados y alcanzar la victoria o ganar un trofeo en el tiro de cuerda. Y tomar chocolate muy deprisa y bucear en barreños embarrados y coger con la boca las monedas. Y asistir a los fuegos que dan principio al fin e intuir en lo breve la hermosura, sospechar en lo bello la tristeza. Y volver noche arriba, camino del invierno, con la esperanza puesta en que dentro de un año, un año pasa pronto, será otra vez la fiesta.

(La Nueva España, 1-08-2012)