Aquellos vendedores ambulantes que iban por las romerías cargados de tentadores artículos
Las noches de agosto que mejor recuerdo. El cielo estrellado que apenas se aprecia con tantos chispazos. Banderas y música. Bombillas y bailes. Bengalas y tómbolas. Casetas del tiro. Camiones y chapas. Y el farol de gas del avellanero. Las horas de estío que más echo en falta. Limpias ilusiones que uno va añorando al hacerse viejo.
Pacita y Encarna, sentadas detrás de los molinillos que llevan hincados al borde del cesto. Ramón el de Grao, con su furgoneta. Ellos exponían, un año y otro año, todo lo que uno soñaba en los sueños. Colocaban cajas en medio del prado, en la zona llana, la pequeña mesa, la silla plegable y en un santiamén montaban el puesto. Goxas de avellanas, tostadas y crudas; cartuchos repletos de chufas y pipas, de cuanto existía en el mundo entero: tofes y ronchitos, cigarros, monedas que eran chocolate; regaliz en discos y barras del rojo y barras del negro, limones, naranjas, bolinas de anís de muchos colores dentro de sifones pequeños de plástico, camiones y coches, tractores, muñecos; palomitas, quicos, ganchitos ahumados con tocino y queso; bolsas de rosquillas con granos de sésamo, tetillas de monja, palotes, ositos, manzanas muy dulces cubiertas de escarcha y de caramelo.
Pistolas de corcho y con cartuchera, relojes redondos con brillantes números que alumbran a oscuras y en el minutero tienen animales que pasan calmosos, sin prisa, cual meses largos del invierno, lentos, taciturnos. Paracaidistas, dianas y cariocas, dardos, jabalinas, penachos de indio, cromos de vaqueros. Coches de carrera, cámaras de fotos, tortugas que andan con carretes de hilo, petardos y bombas que estallan muchísimo tan pronto las lanzas fuerte contra el suelo. Gafas y prismáticos que acercan las cosas y las ves de cerca por más que estén lejos. Navajas minúsculas, tiras refrescantes, teles con imágenes de santos y vírgenes, de playas y pueblos; golosinas, porras, bastones que saben a miel y a ciruela; cuernos y colmillos para los llaveros.
Almendras saladas y garrapiñadas, cacahuetes, chicles, flahses derretidos, silbatos de árbitro, guantes de boxeo. Pastillas de leche de burra, bolsas de aceitunas con relleno o hueso. Culebras de goma, arañas gigantes, sapos de mentira, güestias y esqueletos, colas de raposo, combas y yoyós, cordones de caucho de trenzar pulseras, cornetas, tambores, carracas y gaitas, siringas, panderos? Si cierro los ojos, aún veo a unos niños, felices, nerviosos, que dudan qué y cuánto elegir de tanto como hay colgado en los puestos.
(La Nueva España, 15-08-2012)