Nuestra posesión más palpable: lo que cabe en el ahora y en el hoy.
Foto: Con la luz de mi cocina
En seguida acabará este instante en el que siento que la vida está plena. En seguida dejaré de existir -si en algo contribuyo- en esta misma tarde, asomado a la brisa, entre el ancho del cielo y sopor de la siesta. Cada tiempo, lo pienso: tal vez después de ahora, no haya más que una brusca sensación de vacío, un tránsito a la noche desde cada mañana, una continuidad hacia la inexorable desazón de la inercia. En muchas ocasiones lo percibo y me arrogo: todo es propio, acapáralo; todo esto que distingues es más posiblemente que cualquier utensilio o cualquier otra forma provista de materia.
Aprópiate de lo que alcanza el viso de tus ojos, de este rosal tan quieto, del tronco que lo alza, del perro que te mira con amor y extrañeza. Respira la dimensión que posa en un segundo: agosto una vez más; nada distinto a agosto, pero nada que pueda predecirse, ningún árbol igual; las mismas, pero más otras, las hortensias; una gaviota gira el rumbo de repente, mustian los girasoles, las hormigas nerviosas van por el muro arriba, en atentas hileras. Huele a humo de hoy, a nunca más. Grita un niño a lo lejos, pasan excursionistas con mochilas cargadas y en un prado recortan la hierba las ovejas.
Inhala esta existencia, su duración escasa, su tenue superficie. Vuelan las golondrinas muy bajo, son las cinco, es probable que llueva. Es una suerte grande estar aquí, saludable y mortal, esperando algo aún, mas sin saber muy bien por quién o qué se espera. Inspira esta verdad: comienzo aquí, y termino; más allá de este instante, más allá de esta única acotada extensión, más allá de este ahora y su certeza, nada nos corresponde. Perplejidad, acaso, riesgo de perecer o de prolongación, sencilla contingencia.
( Diario La Nueva España, 27-07-2011)