miércoles, 16 de enero de 2013

Noches de invierno

El azote de la galerna en la sacudida de la memoria



Cuanto más ronque la mar, más cherva arranca. Es época de lluvia y noches de galerna. Pero eso no impide que madruguemos mucho, desayunemos rápido y bajemos de prisa hasta la playa, porque ya está bajando la marea. Llevo la ropa de aguas y debajo un jersey y unas botas de goma y calcetines gordos. Hace frío, yo casi no lo noto. Con los guantes evito que me rajen las manos y se llenen de grietas. Algunos marineros nos dan los buenos días. Las cinco menos cuarto. A pesar de las nubes y del sueño que arrastro, se ve bastante bien, no hace falta encender ni la linterna.

La gente está metida en la mar, con el agua hasta el cuello. Remolcan con los trueles enormes lo que atrapan y lo echan en la arena. Una voz nos avisa de las olas furiosas, cada tres entra una gigante y peligrosa. La resaca es terrible y nos arrolla a todos y nos quita la cherva. La mar es muy traidora, siempre lo dicen todos. No hay que darle la espalda ni perderla de vista. Gritos, nombres, carreras. A trancas y a barrancas, encharcados, alcanzamos la orilla. Ahora sí que retiemblo, los huesos se me hielan. Mientras se calma un poco vamos a los montones que quedaron en seco y escogemos lo bueno, quitamos las malezas. Cuidado con las palas de dientes, que son muchas. De nuevo lo apilamos y cada cual lo marca de algún modo, con un trozo de plástico, con un palo o un trapo o unas piedras.

Empieza a amanecer. A lo lejos alumbran las luces de los barcos. Quién pudiera ir en ellos hasta el último océano, hasta el fin de la Tierra. Hay un tufo a carnada y a pez muerto. Huele mejor el ocle, a vida muy antigua, a sal muy fresca. Encuentro entre las algas las cosas más extrañas, lo mismo que en la rucha: anzuelos enrollados en marañas de tanza, frascos de medicinas, jibias, conchas, zapatos, botellas extranjeras. Me entretengo leyendo las palabras tan largas. ¿Desde dónde vendrán, de qué parte del mundo? No me puedo parar. Enseguida debemos subir todos los sacos, acantilado arriba. Eso sí que es trabajo y que me da pereza. La espalda chorreando, la cerviz oprimida, los hombros destrozados, las piernas que flaquean. Pero no hay vuelta de hoja. Que esto saca de apuros. En la otra temporada vendimos muchos kilos y compramos la radio y pagamos a plazos la nevera.

(La Nueva España, 16-01-2013)