miércoles, 15 de febrero de 2012

Pertinaz pasado

Momentos en que retumba el obstinado martilleo del tiempo pretérito

Aquellos años vienen a veces en los pájaros, en los mirlos que bullen entre la sebe espesa, en la indefensa urraca que reaviva los bosques. O en estas mañanas en que amenaza nieve. O en los árboles viejos, desnudos como el mundo, o en los cables que llevan la luz a las aldeas. Llegan en el olor de alguna cuadra en pie, donde aún mugen vacas y se ordeña la leche. En el pitido huérfano de un panadero que anda de pueblo en pueblo. O sobre el limonero rodeado de plástico. Y el carretillo quiero junto a un bidón con agua o inestables estacas de rediles y establos y otros tenderetes.

O nos asaltan lánguidos desde los ventanales de una fábrica en ruinas, desde los castilletes de una mina parada o un tendal en el huerto donde baten, blanquísimos, sábanas y manteles. O surgen del aliento humilde de la sopa exquisita, de una cena que impregna las cocinas de aromas muy antiguos y sanos. Del perejil que aún no ha desparecido enraizado al muro o de lentas rodadas que recuerdan el carro tirado por los bueyes. Aparecen de pronto, al abrir los armarios, enganchados a un traje de los antepasados; en cualquier alacena o cofre insospechado; o en una bocanada del humo del carbón o sobre el fogonazo cuando quema el aceite.

Aquellos años quedan en nosotros prendidos como un sueño tenaz que trasciende la noche. Y de pronto una tarde, al cruzar un paisaje, te acomete el murmullo de una escondida fuente. Y escuchas cómo lavan las madres nuestras prendas, con ateridas manos y grasientos jabones, y restriegan y aclaran, presionan y retuercen. Al entrar en el fresco de alguna iglesia sola, la cera te aproxima a las sombras frecuentes de las noches de invierno, cuando la luz se iba y volaban las tejas y rugía la voz de la intemperie. O al pisar sobre un charco helado de febrero y sentir cómo cruje la intacta transparencia del agua detenida. Quedan cogidos a nosotros como una criatura que teme separarse y disolverse.

Y se hace imposible desasirse del todo de su rastro impreciso. Porque aún somos bastante de aquello que hemos sido. Somos lo mismo siempre, desde siempre y por siempre: algún miedo crecido, algún instinto oculto, algún trayecto a medias. Pero siempre lo mismo: pasado de pasado, pasado de futuro, prejuicio de pretérito en presente.

(La Nueva España, 15-02-2012)

Fotografía: Kerényi Zoltán