miércoles, 4 de enero de 2012

El rostro del frío

Panorámica del invierno: notas de un viaje a primeros de diciembre.

(AGO. Primeras nieves. Diciembre 2011)

Parece que ni un ser habitara la tierra, más que una bandada de gansos que ahora vuela y desprende cadencias de una partitura. Los caminos se pierden por entre el rocío. Y un silo allá a lo lejos levanta la vista. Árboles muy solos bordean el río. Sobresale el cuello de una vieja iglesia. Y en las nubes bajas que tapan el día percibe el invierno el canto de un mirlo. No se ve horizonte por la luz tan débil. Y en el corto espacio que alcanzan mis ojos presiento en los charcos la piel de la lluvia.

En la carretera, bidones que esperan al puntual lechero. Y frutales secos como un abandono sin señas de brotes ni rastro de frutas. Y cunetas llenas de limo y papeles. Y unas serpentinas de pasadas fiestas y algún trapo roto que ciega y tapona las alcantarillas. Y zarzas heridas, quemadas y mustias. Y un señor que sube a un coche de línea. Y una furgoneta que esparce alborada. Y una verja rota donde cuelga un plástico y estacas y postes y el arco antiquísimo de dos herraduras.

Mañana y diciembre. De nuevo me voy y viajo conmigo. Quizá debería quedarme en mi sitio, resolver mis dudas. Huyo de mis miedos, cobarde y humano. Me dirijo a un sitio, sin saber adónde. Observo las casas cerradas y quedas, los pueblos de adobe, desiertos y a oscuras. Observo el espacio que sobra en el mundo, las lomas vencidas, paisaje sin fin; el terreno estéril que nadie cultiva, las haciendas nobles que ya nadie ocupa. Observo cansancio, distancia en mis manos. Y un peso en mis párpados y una languidez que casi me anulan. Observo y no noto contornos ni sombras. Jamás lo pensé. Sólo atisbo el rostro del frío a mi lado. Y restos de otoño con sus hojas últimas. Voy a no sé cuándo. A ver si hay regreso. Parece que nada ni nadie madruga.

Humean las cuadras y las chimeneas y la voz de un niño que camina a la escuela y admira y señala el aliento limpio que su boca expulsa. Humean los hilos de agua que arroyan de todos los techos y un rebaño que anda por la amanecida. Humean el estiércol que alguien va apilando y la plena ausencia de temperatura. Parecen mentira las praderas yermas y el ganado quieto y el cielo y el clima. Parece la tierra más sola que nunca.
(La Nueva España, 4-01-2012)